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PAISAJES DE INTERIOR
Exposición Elsa Peretti’s Foundation
Nació y creció en una familia dedicada a las artes plásticas y desde siempre, de un modo natural, empezó a interesarse en el arte y a practicarlo.
A la hora de elegir sus estudios y planear su futuro profesional se orientó hacia el periodismo y se licenció en Ciencias de la Información en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Más tarde, cuando su interés por el arte se impuso a cualquier otro, entró en la Facultad de Bellas Artes pero su paso por allí fue breve. En aquellos años la formación de un artista seguía caminos muy diferentes de los académicos. Se interesó por movimientos alternativos de la Barcelona febril, creativa y un punto desesperada de los 80.Vivió de cerca la fundación de la galería Mec-Mec de la calle Assahonadors, uno de los centros activos de la Barcelona contracultural de esos tiempos donde se presentaron las primeras exposiciones de Ocaña, Mariscal...Participó en las residencias para artistas de la Fundación X.Corberó.
Con una beca del Departamento de Cultura de la Generalitat de Catalunya, vivió un año en Londres donde hace una diplomatura en Arte en la Byam Shaw School of Art.
Desde entonces se dedica plenamente a la expresión plàstica a través de la pintura, el dibujo y la fotografía.
Participa en programas para artistas de la Fundación Elsa Peretti viajando y trabajando entre Nueva York y Barcelona.
En 2006 por iniciativa de Sofía Barroso, AroundArt y con el soporte de Fundación Elsa Peretti viaja a Nepal, residiendo durante varios meses en la ciudad de Bhaktapur sede de la Kathmandú University of Art donde imparte clases de “Introducción al Arte Abstracto”.
En la actualidad vive y trabaja en Barcelona.Su obra se alimenta e inspira en viajes y experiencias vitales entre oriente y occidente.
Con la modestia que encierra la ironía, Montserrat Clausells dice que en aquel período se reconcilió con los clásicos. Si se le pide que ponga ejemplos concretos, responde con lentitud y reserva; si se le pregunta cuáles son sus referentes los enumera con vacilación, como si la necesidad de hacer una lista de preferencias la pillara por sorpresa. En realidad lo sabe muy bien, pero enfrentada a la palabra, no quiere confundir al oyente ofreciendo un muestrario poco ortodoxo o demasiado voluble: Rothko, De Chirico, Turner, Velázquez, Antonio López. Son pintores que no sólo pertenecen a momentos muy distintos sino que siguen caminos aparentemente incompatibles. Si algo tienen en común es el misterio de una obra que se resiste a revelar su significado o, mejor dicho, que admite tantas interpretaciones como espectadores. Hasta aquí las generalidades.
Montserrat Clausells pertenece, se mire por donde se mire, a la tradición artística catalana. Esto quiere decir que es heredera de un patrimonio rico, pero en litigio. Obsequiada por el destino con una serie de pintores de relevancia mundial, algunos de los cuales dotados, por añadidura, con una especial capacidad para la gresca, Catalunya ha sido durante la época moderna uno de los más animados campos de batalla en las felices guerras estéticas. De esta guerra, como sucede en todas las guerras, ningún bando ha salido indemne, pero todos los participantes han acabado convertidos en expertos, y el público también. Actores o espectadores, todos somos críticos de arte. En esta condiciones, pintar no es fácil.
Los cuadros que forman la exposición a la que corresponde este catálogo en buena parte son o parecen ser paisajes de interior. Esta clasificación es puramente descriptiva y no tiene nada de psicológico: los cuadros muestran espacios construidos, aunque no cerrados; en estos espacios no falta el aire ni la luz. A veces son espacios vacíos, a veces sobriamente amueblados. Aunque no hay presencias humanas, ni de otros seres vivos, a veces se percibe la huella de su paso. Nada de todo esto está presente en el lienzo. Lo que se nos muestra no pretende ser una trascripción ni siquiera parcial de la realidad, sino dejar constancia de la impresión producida por esa realidad o por su recuerdo en la memoria o en el ánimo: una impresión repentina o una evocación serena, el efecto de una luz o de una sombra, un estado de ánimo asociado a un momento o un lugar. Son imágenes que transmiten una emoción tranquila, pero a flor de piel, emociones sentidas y guardadas, que no son melancólicas, ni tristes, que no transmiten angustia, pero sí misterio.
Comentar cuadros en los que no hay anécdota visible puede conducir a vaciedades. La obra de Montserrat Clausells es descriptiva de un espacio sensual o un espacio habitado por la sensualidad, es decir, percibido por los sentidos y expuesto de tal modo que los sentidos encuentran en el cuadro un referente, un elemento que reconocen sin necesidad de que la razón lo identifique.
Todo lo que antecede habla de la intención del cuadro, no del cuadro. Cada pieza es el fruto de una técnica justa, largamente elaborada; ni torpe ni exquisita, basada en el uso del acrílico sobre la tela con un tratamiento similar al del óleo, lo que crea una sensación suave de distancia. No dan ganas de tocar el lienzo, pero cada uno se puede mirar un rato largo sin cansancio. En este aspecto son cuadros confortables, pero no acomodaticios. Su confort es el de una biblioteca bien provista, donde el lector puede encontrar todo tipo de estímulos. Como en las buenas obras, parece que la imagen impone la pincelada y el color y que el artista se limita a obedecer. Se advierte los años de estudio, la práctica, la búsqueda de la máxima economía expresiva, la asimilación de influencias, los viajes. También se advierte la reflexión, el rigor, un cierto ascetismo no exento de humor. Nada de todo esto, sin embargo, interfiere en la relación inmediata de la pintura con el espectador. Y un último apunte que no parece fuera de lugar. Cada cuadro de Montserrat Clausells parece hecho para habitar un lugar, para encontrar acomodo. Esto es importante en una época en que muchos cuadros se pintan pensando en la exposición o en el museo o en el discurso crítico. Los cuadros de Montserrat Clausells no renuncian a nada de esto, pero están hechos para la pared de un lugar habitado, para formar parte del diálogo con el entorno del hombre contemporáneo.
En esta ocasión el lugar y la obra coinciden de una manera especialmente afortunada. La obra puede verse en un espacio que hasta hace poco continuaba desempeñando la función para la que fue construido hace mucho. Aún conserva la pátina del tiempo y del uso. Aquí la luz no ha sido pensada para iluminar piezas expuestas sino para acompañar a los habitantes en las diferentes horas del día y en las diferentes épocas del año. En este ambiente poco habitual los cuadros se sienten acogidos, igual que quien los contempla.
EDUARDO MENDOZA
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